Quién no ha tenido en sus manos una hermosa pieza de coral exquisitamente labrada y se ha preguntado qué camino habrá seguido hasta llegar al escaparate de una joyería… El coral rojo, llamado oro rojo por su valor y tonalidad, es un organismo marino que pertenece al grupo zoológico de los cnidarios (donde -entre otros- se engloban medusas y anémonas). En realidad se trata de colonias, varios organismos (pólipos) que viven agrupados y presentan en común un esqueleto duro de carbonato cálcico de tonalidad rojiza (debido a sales ferrosas), si bien el color puede variar desde el blanco hasta el negro, siendo este último el de mayor valor. La especie del Mediterráneo que tiene utilidad en joyería se denomina Corallium rubrum, si bien otras especies del mismo género se distribuyen por el Mar Rojo, las aguas del Índico y Pacífico, hasta Japón donde se encuentran las ramas más espléndidas y de mayor talla.
Haciendo algo de historia, hay que tener en cuenta que -desde antaño- el Mediterráneo jugó un papel fundamental en lo que respecta a la cultura del coral. En épocas de fenicios y romanos ya se sintió especial atracción por este material (cuya naturaleza era desconocida), y que al extraerse del mar se tornaba muy duro y de tonalidad oscura… (Plinio el Viejo) y ambos pueblos comerciaron con él, usándolo para adornos. La recolección era compleja y se hacía a “pleno pulmón” si bien con el avance de los siglos, comenzaron a usarse también otros métodos que se denominaban de forma diversa (caso de la “cruz de San Andrés”, cornalera, etc..) y que consistían básicamente en dos maderas cruzadas de las que colgaban unos paños de malla y que, arrastradas por los fondos arbitrariamente desde las embarcaciones, arrancaban fragmentos de coral, eso sí con un desastre ecológico terrible inherente, ya que se rompían muchas más ramas (de todo tipo de tamaño) de las que se recolectaban. De acuerdo con Rossi (2011), hay que tener en cuenta que es en el Mediterráneo y en concreto la localidad catalana de Begur, donde la pesca de coral empieza de manera intensiva a partir de los siglos X-XIII, hasta el XVI. Ahí constituyó una fuente importantísima de comercio en la época. Cuando ya el coral -dado el exceso de extracción- se necesitaba recolectar a más profundidad (antes era abundantísimo a pocos metros de la superficie), y los ataques de piratas eran cada vez más frecuentes para arrebatarles las colectas, se hizo aconsejable que dicha pesca se desplazara más al norte. Por ello, hacia el siglo XVII ya se encontraban los cornaleros (recogedores de coral) trabajando de manera ardua en los fondos de Córcega y Cerdeña y a finales del XVIII llegan hasta Torre del Greco (localidad cerca de Nápoles), donde a partir del XIX y XX se constituye el núcleo básico de su comercialización y labra (en la actualidad trabajan alrededor de 5000 personas en torno a 270 factorías).
No hay una normativa internacional que supervise a nivel mundial las poblaciones. Las distintas regiones y países establecen sus propios criterios para controlar la extracción (caso de España que se rige en la actualidad por el Real Decreto 1415/2005 que regula la pesca del coral rojo). De todas formas, no hay que olvidar que antaño los bosques (bancos de colonias de coral) se hallaban a muy poca profundidad, mientras que al hacerse intensiva la recolección fueron descendiendo y quedando relegados a oquedades, paredes y cuevas. Tal fue así que con la llegada de la escafandra autónoma, en los enclaves donde se pescaba a pulmón, llegó a ser tanta la ambición por obtener este oro rojo, que se enviaban a los niños provistos de botellas para poder acceder a aquellos lugares donde los adultos no podían penetrar –cuevas laberínticas por ejemplo- con las consiguientes muertes de inocentes que se ocasionaron.
Llama además la atención que el coral, que mueve al año en torno a 500 millones de euros a nivel mundial incluyendo todas las especies de los considerados preciosos, no se haya incluido en el CITES (órgano que controla el comercio internacional de especies). En junio de 2007, durante la celebración de la XIV Conferencia de las Partes del Convenio sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas (CITES), celebrada en La Haya (Países Bajos), la propuesta presentada por Estados Unidos para la inclusión de 26 especies de los géneros Corallium y Paracorallium en el Anexo II de dicho Convenio fue desestimada. En aquella ocasión, la decisión inicial de incluir el coral rojo en la lista fue revocada en última instancia, tras una intensa oposición de la industria y algunos países exportadores. Tres años más tarde, en la XV Conferencia, celebrada en marzo de 2010 en Doha (Qatar), una nueva propuesta presentada por los Estados Unidos y la Unión Europea incluía cinco especies más, elevando la lista a un total de 31 especies de coral rojo y rosa para su inclusión en el Anexo II. En este encuentro, al igual que en Holanda, dicha propuesta fue rechazada con solo 20 votos a favor, 68 en contra y 30 abstenciones. La principal razón que se daba fue que, aumentar los controles sobre la comercialización, perjudicaría a los pescadores más desfavorecidos. En lo que sí se ha coincidido es que a nivel global no se han hecho estudios amplios y suficientes sobre el estado actual de este recurso (el gran olvidado), que se ha visto muy degradado y ya no ocupa una distribución tan superficial como lo estuvo en épocas pasadas en determinadas zonas, por ejemplo en el Mediterráneo (Información de WWF-España).
Otro asunto que hay que tener en cuenta son los furtivos que, incumpliendo las normativas locales, recogen cualquier fragmento por pequeño que sea, para fabricar lo que se denomina polvo de coral de uso en pseudojoyería y homeopatía. También el coral ha tenido un papel predominante en distintas culturas. Según Rossi (op. cit.), en la India se le asociaba con la deidad Mangala y el dios Marte. En algunos lugares de África simboliza riqueza y poderío y en ciertas zonas del Himalaya (en unión de la turquesa) es amuleto de fortuna. No obstante, son los trabajos, la labra, lo que ha llamado más la atención y en la antes mentada localidad de Torre del Greco (Nápoles), el Museo del coral encierra algunas de las maravillas que se han elaborado con este material, destacando los camafeos que tanta tradición tuvieron en siglos pasados (quién no recuerda los de exquisitas y atestadas joyerías del antiguo Ponte Vecchio en la delicada Florencia o las de las calles recónditas de un Nápoles enamorado del mar, exhibiendo hermosos trabajos que parecen haber sido cincelados por algunos de los dioses del Olimpo)
Para finalizar, pensemos que la naturaleza y origen del coral rojo tardó muchos años en concretarse, identificarse; de hecho el asunto ocasionaba múltiples y acaloradas discusiones entre científicos, que no se ponían de acuerdo acerca de ello. Fue finalmente Peyssonnel quien, en el siglo XVIII, los encuadró en el reino Animal, porque hasta entonces se les consideraba como vegetales, incluso minerales, siendo el sistemático sueco C. Linneo quién les asignó un nombre científico dentro de dicho Reino. Y es que en la antigüedad se le llegó a denominar Lithodendrum (árbol pétreo), gestándose asociadas a él numerosas leyendas que se pierden otrora. Dicen que hasta Perseo batalló por su posesión…por ese oro rojo que el océano brinda como uno más de sus innumerables tesoros. Tiene tantos…
Fátima Hernández Martín
Conservadora del Museo de la Naturaleza y el Hombre